miércoles, 17 de agosto de 2011

Las vueltas que da el tren


Hace muchos años que no viajo en tren. La última vez fue camino a Machu Picchu si mal no recuerdo. Tenía 26 y llevaba una maleta cargada de ilusiones que el tiempo se encargó de desvalijar (no de muy buena manera precisamente) y es que acababa de dejar la estación, iba al ritmo de Coldplay y en muy buena compañía.
Hace muchos años que no viajo en tren y a mi madre se le ocurre recordarmelo todo el tiempo; y es que, a decir de esta sabia y conservadora mujer, la bendita locomotora parece haberme arrollado tan bruscamente que dejó lisiadas sus esperanzas de ver vestida de blanco y en un altar a su adorada muñequita (lo políticamente correcto para una mujer que pasa los 30) que en honor a la verdad no es más una lisiada emocional.
Pero volviendo a mi primer trayecto en tren, debo confesar que me acompañaba un gentil y encantador pasajero que recorrió a mi lado curvas, túneles y campos verdes. Lo quise y quería todo con él. Todo lo que mis fantasías y la sociedad parecen exigir. Todo lo que soñé desde que era niña. Sin embargo, resultó no ser el correcto pues al bajar del vagón dejó además del asiento vacío, un buen motivo para partir, yo diría el mejor y vaya!!!recién hoy lo entiendo. Su ruta era distinta a la mía y debía enmendar su trayecto.
Yo diseñé el mío desde entonces y he visto partir a personas muy importantes en mi vida: amigos de trabajo, de infancia, los del colegio, la universidad y esos seres especiales con quienes creí recorrer un tren de por vida porque debíamos seguir nuestros propios caminos.
Ayer, mirando de cerca lo que vive mi buena amiga Marcela, a quien Facebook ha dedicado una edición especial para difundir su historia de amor, propia de telenovela, en la que dos extraños que recorrieron el mundo en el mismo instante dejan de serlo porque se encontraron el mismo día y hora frente a la pantalla de un computador; reflexiono respecto a algo: la estación del tren tiene muchos destinos, sólo debes estar allí el día y el momento correcto para que todo suceda...
Hoy, algunos años y paradas después, al disfrutar del amor en todas sus formas, mi vida, mi trabajo y mi familia como intento hacerlo día a día, le otorgo a las despedidas el valor real que merecen. Sí pues, son tristes, te traen abajo y embargan cada rincón de tu ser, pero dejan en ti huellas inborrables, lecciones de vida y buenos momentos, pues los malos hay que ponerlos en una maleta vieja y desecharlos sin dejar ningún vestigio.
Heme aquí, luego de una que me mantuvo desaparecida y con pocas ganas de escribir. Pero yo elegí vivirla, no me arrepiento y eso madre querida significa que me volví a bajar del tren porque hubo que poner freno de mano y un pie en la tierra, antes de montarme a otro vagón, pero esta vez con cinturón de seguridad y un GPS a prueba de balas aguardando que la próxima parada lleve mi nombre grabado en un cartel, señal de que uno de mis interminables trayectos ha concluído. Pues aún hay más.....Estoy segura.

Y para iniciar un nuevo viaje que mejor que una buena maleta estilo socialité!!!